Gracias a un balón de rugby logró la libertad que tanto quería
Yahoo Noticias Redacción Colaboradores,
En 2010, Israel Armas Toro, quien apenas dejaba la
adolescencia, fue apresado por un robo agravado que él asegura no haber
cometido. Su transitar por tres cárceles venezolanas cambió su aspecto y su
actitud. El rugby penitenciario, del Proyecto Alcatraz, lo despertó de esa
pesadilla.
Johanna Osorio Herrera |Fotos: Cristian Hernández |
Vía La Vida de Nos
Cuando ve el campo de rugby, Israel se inquieta. Faltan
minutos para que su equipo debute en el torneo, y él no aguanta más. Se exalta
con cada movimiento de los equipos que compiten, sigue a los jugadores con la
mirada, analiza el partido. Su silla se alza con cada movimiento. Israel es
jugador de rugby penitenciario desde hace casi un año, pero siempre se siente
como el primer día, cuando “El Chino”, entrenador del Proyecto Alcatraz, lo
invitó a jugar con ese particular balón ovalado.
No conocía el rugby. No entendía sus reglas. Pero
era rápido y necesitaban a un hombre con esta cualidad para uno de los puestos
laterales. Una inducción rápida y ya estaba listo para jugar. O al menos eso
pensaron él y el entrenador. En su primer partido, Israel corría, recibió el
balón y, antes de siquiera percibirlo, un rival vino hasta él de manera
intimidante. Fue derribado. Ese día, supo lo que era un tackle.
El dolor provocado por aquel recibimiento lo dejó
un mes fuera de acción. Pero la emoción que había sentido se quedó con él y, al
curarse, regresó.
Los entrenamientos eran exigentes. Los lunes y
miércoles de 1:00 pm a 4:00 pm, y los viernes con los entrenadores de Alcatraz,
que visitaban el penal desde las 10:00 de la mañana hasta el mediodía.
Pocos creían en aquel muchacho. Después de siete
años preso, había cambiado tanto su actitud, que incluso su padre, por ratos,
no reconocía a su hijo en aquel rostro con cicatrices. Pero Israel, que ya
había pasado por tres penales distintos: Tocorón, la Penitenciaría General de
Venezuela y 26 de Julio, ahora tenía tiempo de pensar más.
La penitenciaría 26 de Julio, en San Juan de los
Morros, capital del estado de Guárico, es de régimen cerrado. En este tipo de
cárceles, funcionarios custodian cada patio, para garantizar el orden; además,
según las directrices del Ministerio de Asuntos Penitenciarios en 2011 (año en
que se estableció este régimen en Venezuela), los reos deben levantarse a las
5:00 de la mañana, asearse, cantar el Himno Nacional y hacer 45 minutos de
orden cerrado.
La disciplina impuesta en estos penales otorga más
ratos de soledad que las cárceles abiertas, donde la Guardia Nacional solo
custodia la entrada del centro y requisa a los visitantes. En esas horas a
solas, Israel pensaba. ¿Qué era eso que sentía cuando jugaba? ¿Qué tenían esas
horas de prácticas que le cambiaban tanto el humor? ¿Por qué sus rivales del
penal ya no le parecían hostiles mientras jugaban? Se sentía bien, muy bien, y
el deporte era bueno para la salud —se decía. Desde la adolescencia no se había
sentido tan enérgico.
PROYECTO ALCATRAZ DE VENEZUELA
QUERÍA PORTARSE BIEN
Israel tenía 18 años cuando fue apresado. En casa
cocinaban el almuerzo y lo mandaron a comprar carmencita y un cubito de sopa.
El muchacho tomó prestada la moto de un amigo, y en shorts y sin papeles, salió
al abasto.
—Esa moto es robada, chamo. Está reportada —dijo el
policía que lo interceptó en una alcabala.
—Pero esa moto no es mía, vale.
—Nada, vente.
A Israel lo sentenciaron a 9 años de cárcel, por
robo agravado.
Siete años después todo comenzó a formar parte de
un pasado lejano. El día que lo detuvieron a unas cuadras de su casa, el día
que llegó a Tocorón —en el mismo estado de Aragua—, esa tarde en la que tuvo
que cambiar “la cara e′ bobo para ganarse el respeto de los otros reclusos”…
Este Israel jugador de rugby vio más fuerza en la unión que en la
individualidad, y dejó de ser aquel reo conflictivo que buscaba refugiarse en
la agresividad para protegerse, como a sus 18 años.
Su papá también notó el cambio. Hablaba distinto,
se expresaba distinto y quería “portarse bien para salir libre”.
Rubén, el padrastro de Israel, quien lo crió junto
a su madre desde que era un niño, no olvida el día que aquel balón ovalado le
dio la libertad a su muchacho. Después de varios meses formando parte del
Proyecto Alcatraz, no había quien no notara el cambio de actitud del joven.
¿Cómo podía dejar solos a sus hermanos?
El programa nació en 2003, como una iniciativa de
Hacienda Santa Teresa para reinsertar laboral y socialmente a jóvenes miembros
de bandas delictivas del sector El Consejo, estado Aragua. Tras 15 años, ha
logrado desmovilizar a nueve grupos de jóvenes que han decidido dejar la
delincuencia.
El Rugby Penitenciario inició en 2013, cuando un ex
participante del Proyecto Alcatraz, que fue detenido luego de desertar del
programa, pidió que le dieran un balón para entrenar en la cárcel junto a otros
reclusos. Hoy, casi 300 reos de ocho recintos penitenciarios descubren —o
redescubren— valores como el respeto y la amistad a través de la práctica de
este deporte.
Para muchos, Israel era un ejemplo claro. Luis
Moya, gerente de operaciones del programa de la Hacienda Santa Teresa, pensó lo
mismo. Tras la petición del padre, Moya redactó una carta donde constaba que
desde abril de 2017 Israel jugaba rugby y era un deportista con buen
comportamiento. Rubén le llevó la carta a la jueza encargada del caso de su
hijo. Y ese día ocurrió.
La jueza decidió que cumpliría los dos años que le
quedaban de pena en confinamiento, en San Sebastián de los Reyes, estado
Aragua, a unos 100 km de Caracas. Nadie celebró más esa decisión que la madre,
que no le echaba la bendición desde aquel día que salió por un cubito al
abasto. Ahora, Israel podía ser libre, mientras se mantuviese en el territorio
que le asignaron.
Era 13 de octubre de 2017. Estaban practicando para
el torneo de rugby penitenciario, donde Boanerges —que significa “hijos del
trueno”— debutaría en la competencia. Cuando llegó la noticia de su libertad, a
Israel lo alzaron en hombros. ¡Era libre! Durante unos minutos, la cárcel dejó
de ser cárcel, y se transformó en la fiesta por la liberación del lateral del
equipo, del muchacho rápido, de su amigo.
Pero, si ya no estaba preso, no podría jugar con
ellos. ¿Cómo podría dejar solos a sus hermanos? Habían entrenado tan fuerte… Su
papá era testigo, y ahora cómplice: fue él quien consiguió que Israel disputara
el torneo previsto para el 1ro. de diciembre.
Esa mañana, un radiante sol engalanaba un limpio y
azul cielo. Ochos cárceles se enfrentarían en el torneo de eliminación directa,
y las familias enteras de muchos reclusos habían viajado hasta El Consejo,
población donde está ubicada la Hacienda, para ver a sus deportistas. Ese campo
no era el penal.
Los autobuses llegaron, cargados de hombres
vestidos de amarillo y azul, con las muñecas esposadas. El protocolo del
Proyecto Alcatraz dicta que deben estacionarse detrás del campo, lejos de los
ojos expectantes de sus seres queridos. La razón es el más hermoso gesto que
muchos de ellos han percibido en años. Antes de entrar al campo deben hacer una
parada en los cambiadores, quitarse las esposas, sacarse el uniforme de la
cárcel y vestirse de lo que son, al menos en la hacienda: jugadores de rugby.
Un portal invisible yace en la entrada del
engramado. Al cruzarlo, los jugadores y sus custodios de verde oliva se
transforman en protagonistas y público. Unos juegan, mientras los otros
observan. Unos calculan su estrategia de juego, mientras los otros apuestan en
voz baja cuál será el equipo ganador.
La camaradería se apropia de los toldos blancos
ubicados en los laterales, donde los deportistas saludan a quienes vinieron a
verlos jugar. Muchos, incluso, sonríen coquetos ante la presencia femenina. No
hay irrespeto, tampoco barreras.
—Me fui de la prisión, pero el rugby y mis amigos
se quedaron conmigo. Ahorita me van a prestar una franela, con el número 9. ¡Ya
me vas a ver! Aquí hay equipos que juegan mejor que nosotros, que tienen más
experiencia, pero nosotros nos disfrutamos los partidos y le ponemos corazón.
¿Ves esta vista? Familia, hijos, hermanos, tíos, todos vienen a vernos jugar
rugby en esta hacienda. La cárcel te aísla. No dejan que te visiten ni tu mamá,
ni tías, ninguna mujer. Y solo puedes hacer llamadas de 5 minutos cada 15 días.
Tú estás ahí, hablando rapidito, y te trancan el teléfono porque se acabó el
tiempo. En la cárcel la vida no es fácil. Uno a los chamos tiene que enseñarles
qué se puede hacer y qué no, con quién juntarse y con quién no, para que no
pasen por esto. Pero ya la cárcel forma parte de mi pasado. Soy otro Israel, y
quiero prepararme para ser entrenador de rugby. Quiero hacer con otros lo que
el Proyecto Alcatraz hizo por mí. El rugby me dio la libertad. Y la libertad es
hermosa.
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